La conexión entre la voz y el cerebro

Mi voz no es solo un sonido. Es el reflejo de mi identidad, mi historia y mis emociones. Su producción es un proceso fisiológico en el que intervienen la laringe, las cuerdas vocales y el aire exalado. A nivel cerebral, el área de Broca regula la articulación del lenguaje, mientras que el área de Wernicke procesa su comprensión (Damasio, 1994). El sistema límbico, por su parte, impregna la voz con matices emocionales, reflejando mi estado interno antes incluso de que sea consciente de él.

La manera en que me expreso está profundamente influenciada por mi historia, mis experiencias y la manera en que he sentido -o no- que mi voz era escuchada. Desde la infancia, la interacción con mi entorno ha moldeado mi capacidad para hablar con seguridad o, por el contrario, para replegarme en silencio.

Cuando mi voz se bloquea

En espacios donde me siento en confianza, mi expresión fluye con naturalidad. Sin embargo, cuando me siento en situaciones de mayor profundidad emocional o ante figuras de autoridad, mi voz se apaga. Mis ideas, aunque claras en mi interior, se disuelven antes de tomar forma en palabras.

Este fenómeno no surgió de la nada. Crecí en un hogar donde la autoridad se ejercía desde la imposición. Mi padre nos educó bajo un modelo autoritario, donde el miedo y la rigidez marcaban los límites sin posibilidad de diálogo. Junto a mis dos hermanas y mi hermano, fuí testigo de agresiones verbales y físicas hacia mi madre. En ese ambiente, aprendí que el silencio era sinónimo de seguridad. Mi voz se convirtió en algo frágil, en un eco contenido que no encontraba un espacio seguro para manifestarse.

Con los años, he comprendido que recuperar mi voz no es solo un acto de valentía, sino de sanación. Expresarme me devuelve mi derecho a existir plenamente y me permite transformar la historia que he heredado. Según Alice Miller (2002), nombrar lo que se ha vivido es una herramienta fundamental en la reparación de las heridas emocionales.

Claridad y autenticidad en la comunicación

Hablar con claridad implica respeto hacia mí y hacia quienes me escuchan. Sin embargo, he aprendido que la transparencia no significa expresarme sin filtros ni sin considerar el impacto de mis palabras. La claridad no es dureza.

Expresar lo que siento con autenticidad es un ejercicio de honestidad, pero también de responsabilidad. Mi verdad no es absoluta; es mi experiencia, teñida de mis heridas, mis aprendizajes y mis puntos ciegos. Como explica Marshall Rosenberg (2015) en su propuesta de Comunicación No Violenta, expresar sin agresión y sin juicio no solo fortalece los vínculos, sino que también permite que la comunicación sea un puente en lugar de una barrera.

La voz como herramienta de transformación

Mi voz no solo transmite información. También crea, sostiene y transforma mis relaciones y mi manera de habitar el mundo. La palabra puede ser una herramienta de conexión o una muralla que aísla. Al expresarme desde mi verdad, sin imponerla y sin traicionarla, genera un impacto genuino en quienes me rodean.

El lenguaje no solo refleja mi realidad, sino que la moldea. Como plantea Humberto Maturana (1996), el lenguaje es generativo: a través de las palabras, configuro mi experiencia, mis límites y mis posibilidades. Cuando me permito hablar desde un lugar auténtico y presente, me doy la oportunidad de existir con mayor plenitud.

Como puedo desarrollar mi voz

Reconectar con mi voz ha sido un proceso, y hay prácticas que me han ayudado a fortalecerla:

  • Escribir para dar forma a mis pensamientos antes de expresarlos.
  • Leer en voz alta y cantar, explorando los matices de mi voz sin juicio.
  • Grabarme y escucharme, observando cómo sueno y cómo me siento al hacerlo.
  • Experimentar con la expresión corporal y el teatro, para ampliar mi repertorio comunicativo.
  • Observar cuando me callo y cuándo fluyo, entendiendo qué situaciones activan mi miedo y mi libertad.
  • Confiar en que mi voz tiene un lugar en el mundo, sin necesidad de validación externa.
  • Como menciona Merleau-Ponty (1945), el cuerpo es el primer lenguaje. La voz no solo es sonido, sino una extensión de mi presencia. Habitarla con conciencia es habitarme con mayor autenticidad.

Conclusión

Expresarme con verdad y respeto es un acto de afirmación y coherencia. Cada vez que hablo desde mi esencia, afirmo el derecho a existir plenamente y ocupar mi espacio en el mundo. No se trata de imponer mi visión ni de hablar sin filtros, sino de encontrar una forma de expresión que sea genuina y a la vez considerada con los demás.

¿Me doy permiso para escucharme y expresarme con libertad?

Te invito a reflexionar:

  • ¿En que momentos sientes que tu voz se apaga?
  • ¿Cómo puedes empezar a darte más espacio para expresarte?
  • ¿De qué manera te relacionas con tu propia voz?

Si este tema te resuena, estaré encantada de leer tu experiencia en los comentarios.


Referencias

  • Damasio, A. (1994). El error de Descartes: La emoción, la razón y el cerebro humano. Ediciones Andrés Bello.
  • Miller, A. (2002). El drama del niño dotado: La búsqueda del verdadero yo. Tusquets Editores.
  • Rosenberg, M. (2015). Comunicación no violenta: Un lenguaje de vida. Gran Aldea Editores.
  • Maturana, H. (1996). El sentido de lo humano. Editorial Dolmen.
  • Merleau-Ponty, M. (1945). Fenomenología de la percepción. Ediciones Gallimard.

Artículo escrito por Anna Samsó, terapeuta y acompañante en procesos desde una mirada gestáltica. Conóceme más en annasamso.com.