
Hay una mirada que no se aprende en los libros, ni se construye desde el esfuerzo. Es una mirada interna, silenciosa, que se cultiva en la pausa, en la escucha, en la entrega. Una mirada que nace de la experiencia y que, cuando aparece, transforma. No es una mirada idealizada, ni iluminada. Es sencilla. Y, precisamente por eso, profundamente humana.
He descubierto que esa mirada no llega desde la exigencia ni desde el deber. No se impone. Se abre paso cuando suelto el juicio y me permito estar conmigo desde un lugar más amoroso. Cuando dejo de buscar respuestas afuera y empiezo a escuchar lo que hay dentro, incluso aunque lo que aparezca no sea cómodo, bonito o perfecto.
Y entonces, algo profundo sucede: esa mirada entra en relación conmigo misma, reconociendo una voz femenina que vive en mí. Una voz que no grita ni dirige, sino que susurra con fuerza. Que no exige, pero sostiene. Que no juzga, pero observa con profundidad. Es una voz ancestral, sabia, suave y a la vez firme. Una presencia interna que me guía sin imponer, que me recuerda quién soy más allá de lo aprendido, más allá del ruido.
Esta mirada reconoce mis luces, sí, pero también mis zonas grises, mis miedos, mis contradicciones. Y no lo hace para corregirme, sino para abrazarme. Me devuelve a mí misma sin máscaras, sin armaduras. Me invita a habitarme tal como soy, con todo lo que hay.
Es una mirada que no busca cambiarme, sino acompañarme. Que no dice «deberías», sino «te veo». Que no grita, sino susurra. Y en ese susurro me devuelve a casa.
Cuando logro mirarme así, también puedo mirar al otro desde ese mismo lugar. Con más respeto, con más cuidado, con más verdad. Porque al fin y al cabo, la forma en la que me miro a mí, es la que termina marcando cómo me relaciono con el mundo.
Humildad, para reconocer que no lo sé todo, que a veces me pierdo, que necesito ayuda.
Sencillez, para no adornarme, para no sostener personajes, para mostrarme tal como soy.
Reconocimiento, para ver lo que hay, para validar mi camino, para agradecerme el recorrido.
Hoy escribo desde este lugar, más íntimo y más presente. Y me doy cuenta que esta mirada es, quizás, una de las herramientas más poderosas que he descubierto en mi proceso. Porque desde ella, puedo habitar mi humanidad sin culpa, sin prisa y sin exigencia.
Y tú, ¿desde dónde te miras?
¿Puedes escuchar esa voz interna que te habla con ternura y verdad?
Quizás sea momento de detenerte y dejarte mirar por ti misma, desde esa parte femenina que sabe, que acoge y que no necesita demostrar nada.
Me dejé mirar por dentro … y en esa mirada humilde y sencilla encontré armonía, la vida y el vínculo con algo más grande que yo. Un espacio silencioso que me reconecta con lo esencial.
Artículo escrito por Anna Samsó, terapeuta y acompañante en procesos desde una mirada gestáltica. Conóceme más en annasamso.com
