A lo largo de mi vida, he acumulado experiencias que han dejado huella en mi interior. Algunas han sido fuentes de aprendizaje y crecimiento, pero otras se han convertido en heridas emocionales que, si no las atiendo, condicionan mi forma de vivir el presente. Sanar esas heridas no significa olvidar lo ocurrido, sino mirarlo con una nueva conciencia para liberar el peso que me impide avanzar.

Las heridas emocionales tienen su origen, en muchos casos, en la infancia y son alimentadas con experiencias posteriores. Según Lise Bourbeau en su libro Las cinco heridas que impiden ser uno mismo, existen cinco grandes heridas emocionales que afectan nuestra vida adulta:

  • Herida de rechazo: Se origina en los primeros vínculos y genera miedo al abandono y a no ser suficiente.
  • Herida de abandono: Produce una sensación de vacío e inseguridad que puede traducirse en dependencia emocional.
  • Herida de humillación: Relacionada con la vergüenza, el miedo al juicio y la dificultad para aceptarse a uno mismo.
  • Herida de traición: Genera desconfianza en los demás y una necesidad de control como mecanismo de defensa.
  • Herida de injusticia: Vinculada con el perfeccionismo y la dificultad para conectar con las propias emociones.

El impacto del pasado en nuestra vida actual

Las heridas emocionales no desaparecen por sí solas. Se manifiestan en mis relaciones, en mis reacciones ante determinadas situaciones y, muchas veces, en el malestar físico o emocional que siento sin una causa aparente. Pueden generarme inseguridad, miedo al abandono, dificultades para poner límites o patrones repetitivos que me llevan a experiencias dolorosas una y otra vez.

El primer paso en cualquier proceso de sanación es reconocer que esas heridas existen. La terapia Gestalt me invita a traer al presente lo que quedó inconcluso, a sentir lo que evité en su momento y a darme el permiso de integrar lo vivido desde la aceptación y la responsabilidad personal. En lugar de quedarme atrapada en la historia del pasado, puedo decidir mirarla con amor y aprender de ella.

Las experiencias no resueltas también quedan grabadas en mi cuerpo. Tensiones, bloqueos, enfermedades psicosomáticas… Todo lo que no se expresa se somatiza de alguna manera. El trabajo corporal me permite liberar estas memorias, dando espacio a la expresión y al movimiento que, muchas veces, fueron reprimidos en el pasado.

Muchas de mis heridas no solo me pertenecen a mí, sino que están vinculadas a dinámicas familiares inconscientes. Desde la mirada de las constelaciones familiares, comprendo que cargo con historias, emociones y lealtades invisibles a mi sistema familiar. Al tomar conciencia de ello, puedo devolver lo que no me corresponde y honrar mi propia vida con más ligereza y libertad

Sanar el pasado no significa borrarlo, sino hacer las paces con él. Cada herida atendida es un paso hacia una vida más auténtica, más libre y más conectada con el presente. Cuando dejo de cargar con lo que ya no me sirve, me abro a nuevas posibilidades, a relaciones más sanas y a una forma de estar en el mundo más enraizada en la plenitud y la presencia.

Sanar es un proceso. Un camino que requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, amor hacia mí misma. A medida que sano mis heridas, de cada una de ellas surge una nueva manera de vivir, más alineada con mi esencia y con el presente que elijo construir.


Artículo escrito por Anna Samsó, terapeuta y acompañante en procesos desde una mirada gestática. Conóceme más en annasamso.com