Nos enseñaron que ser mujer era sinónimo de adaptarnos, de encajar, de sostener a los demás aún a costa de nosotras mismas. Crecimos en un mundo donde la autoridad se nos presentó como algo ajeno, reservado para otros, reservado para ellos. Se nos exigió dulzura, se nos aplaudió la entrega y se nos castigó la firmeza. Si alzábamos la voz, éramos conflictivas. Si marcábamos un límite, éramos egoístas. Si nos poníamos primero, éramos malas.

Pero, ¿qué significa realmente ocupar nuestro lugar sin pedir permiso ni disculpas? ¿Cómo sería dejar de jugar en la delgada línea entre la complacencia y la lucha y, en su lugar, sosternernos con autenticidad y equilibrio?

El patriarcado ha moldeado nuestra relación con la autoridad, empujándonos a dos extremos: La sumisión o la batalla. Nos hizo creer que nuestra fuerza radicaba en cuánto podíamos soportar, en cuánta carga éramos capaces de llevar sin quebrarnos. Nos enseñó a ceder, a ser el sostén emocional, a minimizar nuestras necesidades para no incomodar a nadie. Y cuando nos rebelamos, nos tildaron de exageradas, de agresivas, de demasiado intensas.

Judith Butler, en su obra «El género en disputa», señala cómo las estructuras de poder han condicionado nuestra identidad y nuestra manera de habitar el mundo. Por su parte, Silvia Federici en «Calibán y la bruja» nos recuerda que la domesticación de la mujer a través del trabajo y la sumisión ha sido una herramienta de control social.

Hoy te invito a desafiar a esto. A cuestionarlo desde la piel, desde la experiencia, desde el cuerpo que ha cargado con siglos de historias no dichas. ¿Qué pasaría si dejáramos de justificarnos? Si en lugar de negociar nuestro valor, simplemente lo encarnáramos. Si en vez de hacer malabares para no molestar, nos atreviéramos a ocupar nuestro espacio con presencia plena.

Necesitamos redefinir nuestra relación con la autoridad, no desde el enfrentamiento constante, sino desde la convicción de que tenemos derecho a ocupar nuestro lugar. Como dice Audre Lorde: «Transformar el silencio en palabras y acciones es un acto de autodefensa» La autoridad no es dominio, es presencia, es legitimidad interna. Es sostenernos en nuestra verdad sin sentir que debemos pedir permiso para existir.

Una relación sana con la autoridad implica reconocernos desde la autoafirmación sin caer en la imposición. Es aprender a sostener nuestra palabra sin rigidez, a confiar en nuestra voz sin necesidad de demostrar constantemente nuestro valor. Se trata de encontrar el equilibrio entre la firmeza y la apertura, entre el respeto por nosotras mismas y el reconocimiento del otro. No se trata de dominar ni de someternos, sino de caminar con dignidad, con el derecho innegociable de existir desde nuestra autenticidad.

El camino de sanación: reconstruirnos desde dentro

Sanar nuestra relación con la autoridad no es un acto inmediato ni un destino, sino un proceso de reconstrucción interna que nos permite reescribir nuestra historia con libertad. Este camino implica:

Un feminismo sano nos invita a salir de la polarización, a alejarnos de las dinámicas de víctima y agresor para encontrar un lugar donde la equidad sea la base. No buscamos reemplazar un sistema opresor por otro, sino transformar las estructuras que sostienen la desigualdad. Como menciona bell hooks, de manera intencionadamente en minúsculas, «El verdadero feminismo no se trata de venganza ni de superioridad, sino de justicia y libertad para todas las personas». La elección de escribir su nombre en minúsculas refleja su profundo acto de humildad y de poner las ideas por encima de la figura personal. Al hacerlo, bell hooks nos recuerda que la lucha no es por elevar a una persona, sino por crear un movimiento colectivo que sea inclusivo, transformador y respetuoso.

Reconocer nuestra autoridad personal dentro de este marco significa asumirnos como protagonistas de nuestra vida, sin necesidad de pedir validación externa ni de imponernos con violencia. Significa respetar la diversidad de caminos y formas de expresión, comprendiendo que el poder no reside en el sometimiento de otros, sino en la capacidad de sostener nuestra verdad sin miedo.

Este no es un camino fácil, pero sí necesario. Porque cuando una mujer se levanta en su verdad, todos nos elevamos con ella. Y cuando lo hacemos desde la conciencia, desde la escucha y desde una fuerza serena, estamos construyendo algo más grande que nosotras mismas: una nueva manera de habitar el mundo, con más justicia, más respeto y más libertad.


¿De qué manera ejerces tu propia autoridad en tu día a día? ¿Sientes que lo haces desde un lugar auténtico y libre, o hay patrones aprendidos que te limitan?

¿Qué significa para ti ocupar tu lugar con firmeza y sin culpa? ¿Qué pasos puedes dar para fortalecer tu autoafirmación y empoderamiento femenino?

Cuándo piensas en «mujer y autoridad», ¿qué emociones o pensamientos aparecen en ti? ¿Cómo podrías transformar la manera en que te relacionas con el poder personal?

Te invito a tomarte un momento para reflexionar sobre estas preguntas. Si sientes que este tema te resuena, me encantará leer tu experiencia en los comentarios.

Artículo escrito por Anna Samsó, terapeuta y acompañante en procesos desde una mirada gestáltica. Conóceme más en annasamso.com