Vivo atrapada en estructuras invisibles. Creo que decido, que soy libre, que mi vida es el resultado de elecciones conscientes. Pero, ¿cuánto de lo que pienso y siento es realmente mío? ¿Cuántas de mis creencias han sido impuestas, heredadas, absorbidas sin cuestionamiento?

La verdadera revolución no ocurre afuera. No empieza derribando gobiernos ni quemando banderas. La revolución real es la que se libra en mi interior, en las profundidades de mi mente, donde se gestan los cambios que pueden transformar mi vida.

Cuestionar la narrativa interna: el primer acto de subversión

Me cuento historias que justifican mis miedos y limitaciones. «No soy suficiente», «No merezco amor», «No puedo cambiar». Esas frases no nacieron conmigo, sino que fueron implantadas por mi familia, mi cultura, el sistema educativo y mis experiencias tempranas. En palabras de Alice Miller (1997), «las cadenas de la infancia son invisibles, pero no por ello menos poderosas». Crezco con relatos que me condicionan, y la mayor transgresión es empezar a desafiarlos.

Subvertir mi narrativa interna implica desmontar esas estructuras mentales que me han convertido en prisionera de mí misma. Significa atreverme a ver lo que evito, a cuestionar lo incuestionable, a dar voz a lo que he silenciado. Carl Jung lo expresa de forma contundente: «Aquello a lo que te resistes, persiste». Lo que niego de mí misma se convierte en una sombra que me domina desde el inconsciente.

Desobedecer la inercia: una acción de poder

Me enseñaron a obedecer: normas, estructuras, expectativas. Me educaron para encajar, para ser aceptada, para no hacer demasiado ruido. Sin embargo, la inercia es enemiga del crecimiento. Desobedecer es un acto de poder cuando lo que desafío es la programación interna que me mantiene estancada.

Paulo Freire (1970) habla de la «conciencia oprimida», ese estado en el que el individuo asume como propias las reglas de su propia opresión. Mi liberación empieza cuando cuestiono esos mandatos: ¿Por qué sigo en un trabajo que me destruye? ¿Por qué sostengo relaciones que me agotan? ¿Por qué me niego el derecho a ser quien realmente soy?

La crisis como catalizador de la subversión

El cambio no sucede en la comodidad. Lo que me empuja a subvertir mi sistema interno es la crisis: un colapso emocional, una pérdida, un momento en el que lo conocido deja de sostenerse. En ese punto tengo dos opciones: anestesiarme y volver a la ilusoria seguridad del pasado, o atravesar el caos y permitirme la transformación.

Nietzsche lo expresa con brutal claridad: «Hay que tener un caos dentro de sí para poder parir una estrella danzarina». La crisis es la puerta de entrada a una vida más auténtica cuando me permito cruzarla sin aferrarme a lo viejo.

Subversión con sentido: el arte de reconstruirme

Rebelarme contra mí misma no significa destruirme, sino reconstruirme desde un lugar más libre y más real. No se trata de una revolución vacía, sino de una transformación consciente. En terapia Gestalt, este proceso es visto como una «muerte y renacimiento», un dejar ir lo que ya no me sirve para dar espacio a lo que realmente soy.

La verdadera subversión no es la que busca escandalizar, sino la que desafía lo que me impide vivir con plenitud. ¿Estoy dispuesta a cuestionarme? ¿A desafiar mis propias reglas? ¿A convertirme en la protagonista de mi propia historia? La revolución empieza cuando hoy decido que la versión de mí misma que el mundo construyó ya no me representa.


Referencias:

Artículo escrito por Anna Samsó, terapeuta y acompañante en procesos desde una mirada gestáltica. Conóceme más en annasamso.com